top of page

Historias cotidianas y la cotidianidad histórica de las mujeres

Texto: Mónica Méndez Caballero. Licenciada con Mención Honorífica por la Facultad de Estudios Superiores Iztacala en la Universidad Nacional Autónoma de México. Diplomado en Tanatología por La Mariposa, A.C., ha impartido talleres en diferentes poblaciones. Sus líneas de investigación van encaminadas a mujeres con problemas de autoestima, dependencia.


Pensar sobre las vidas de las mujeres y niñas implica necesariamente un ejercicio que nos obliga a reflexionar(nos) y cuestionar(nos) a nosotras mismas desde el lugar que habitamos y, de igual manera, desde las violencias que nos han habitado históricamente, pues son marcas que están impresas de una u otra forma en nuestras propias biografías, pero con ciertas especificidades que provienen de los territorios y relaciones sociales con las que hemos interactuado desde nuestro nacimiento e, incluso, desde el momento en el que conocen que naceremos mujeres, incluso antes de salir de los vientres maternos.



Es por eso que, antes de esbozar algún argumento, es necesario conocer y reconocer desde qué heridas estamos hablando, pues los dolores que estas nos produzcan y las maneras de sanarlos serán distintas en aquellos países industrializados por ejemplo a aquellos países en los que, debido a la dominación producida por estas industrias y sus tomadores de decisiones, han sido explotados y vulnerados desde hace siglos, como es el caso latinoamericano y como son las reflexiones que aquí deposito en mi condición de mujer, trabajadora, mexicana y madre de familia. Nombrar mis realidades conlleva a su vez admitir que, con sus respectivas diferencias y similitudes, estas y otras circunstancias específicas están presentes en las cotidianidades de todas las demás mujeres y niñas, es decir, son historias comunes dentro de una historia común mucho más grande: la(s) historia(s) patriarcal(es).


Esta gran historia de negación a la mujer, aunque presente, ha estado durante siglos relegada en las narrativas oficiales de cómo conocemos nuestro mundo y nuestros países, y por eso plagada de los grandes héroes de las patrias. Pero esta exclusión, aunque a veces poco nombrada, no significa que no haya sido reconocida en las experiencias de todas las mujeres, pues las “ellas” del pasado y las “nosotras” del presente sabían y sabemos cómo funcionaba esa opresión, aunque no supiéramos cómo nombrarla, misma que estuvo presente incluso en las sociedades prehispánicas como lo demuestran las investigaciones de María J. Rodríguez-Shadow. Fue hasta hace algunas décadas que la profundización de la violencia sistémica contra las mujeres empezó a ser mucho más notoria, en gran medida gracias a los siglos de constantes ejercicios de conciencia de las luchas feministas, pero también porque en su fase exterminista el sistema patriarcal ha agravado las cifras y la brutalidad en que se llevan a cabo las violaciones, las desapariciones y los feminicidios, aquello que Sayak Valencia llamó la condición gore del capitalismo y, en este caso, también del patriarcado.


Cuando estas reflexiones comienzan a sonar en nuestra cabeza, una de las primeras preguntas que suelen avivar nuestra curiosidad al respecto es ¿por qué? o ¿qué sentido tiene?, y me parece que es una de las grandes preguntas que hay que hacerse, ya que eso nos permite identificar los patrones de reproducción que esta violencia ha tenido en su ejercicio durante siglos y partir de ello admitir que cada caso de una mujer herida por sus condiciones sexo-genéricas no es su responsabilidad, ni es un caso aislado ni mucho menos producto de una monstruosidad, sino de una serie de elementos vinculados a esa gran historia machista de explotación del trabajo doméstico, de la sexualización del cuerpo de las mujeres como objeto de consumo, de la maternidad como una obligación y de la feminidad como una imposición de comportamiento.


En definitiva la práctica reflexiva necesita de un cuestionamiento constante a todas aquellas prácticas que pensamos naturales o neutrales, por lo que ese camino estará lleno de preguntas muchas veces sin respuesta, pero cualquiera que sea la pregunta inicial que nos lleve a pensar nuestra condición de mujeres, siempre será fundamental continuar caminando en colectivo para la búsqueda de respuestas, es decir, encauzar nuestras observaciones y razonamientos no sólo a entender las marcas de la violencia, sino a contemplar los horizontes de esperanza y los amores con los que podremos transferir la fuerza de las cicatrices al compromiso de la creación de otra gran historia que esté marcada por la emancipación de las mujeres como el elemento central de la vida.

53 visualizaciones0 comentarios
bottom of page