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El lado femenino de la masculinidad

Colaboración del Psic. Jesús Alberto Rueda Trejo


Hace mucho tiempo vivió un hombre al que llamaron Descartes, él que seguramente leyó el banquete de Platón y quizá usted misma(o) que lee este artículo (o quizá no), creían que la naturaleza estaba “dividida” en dos dimensiones. Cuerpo y alma para Descartes; un ser andrógino separado en dos y en búsqueda eterna de la otra mitad para Platón; y la noción de bien y mal para usted o para mi a quienes nos educaron en diferenciarla. Es más, no fueron los únicos, quizá el símbolo del Ying-Yang sea un elemento con el que esté usted muy familiarizada(o), e incluso logre identificar que el lado negro representa la naturaleza masculina mientras que el lado blanco la naturaleza femenina. Por tanto no es difícil considerar que el Yang la “naturaleza masculina” activo y fuerte, y el Ying la naturaleza “femenina” pasiva y perseverante, representan la naturaleza humana, eso explicaría que cuando el Yang predomina seamos asertivos o hasta agresivos, y cuando el Ying hace de las suyas seamos perseverante y en extremo pacientes… ¿O no?




¿Qué tal si no es así?, ¿qué tal si hemos usado esos esquemas cognitivos durante tanto tiempo y a través de tantas generaciones que se han naturalizado pero no necesariamente son ciertos?, quizá los estemos usando en situaciones en las que no deberíamos utilizarlos para establecer diferencias “naturalizadas” pero no por ello naturales. Quizá no hay naturalezas dualistas que determinen lo bueno y lo malo, ni lo emocional y lo insensible.


Y llegados al punto, permítame entrar en tema: muchas veces y en muchos contextos se afirma que los hombres deberíamos entrar en contacto con nuestro lado femenino para sensibilizarnos, es más algunos modelos de rehabilitación terapéutica en psicología dirigidos a agresores y hombres con problemas de ira y violencia, enfocan algunas de sus sesiones en “permitirse entrar en contacto con su lado femenino” y cuando uno participa de ellas descubre con agrado, que aquello a lo que determinamos “lado femenino” (o Ying si usted gusta) hace referencia en realidad a los aspectos emocionales censuradas en los varones, habilidades de las que todos disponemos y que salvo en casos específicos en los que trastornos y distintas alteraciones atrofian la capacidad de sentirlas; todos experimentamos con naturalidad sin necesidad de medias partes.


En el libro “Los príncipes que no son azules” Aaron Kipnis describe como muchos hombres, en especial aquellos que sienten que algo anda mal en su papel en el orden social; se sienten enfadados, frustrados o confundidos acerca de lo que significa ser un hombre en la actualidad. Atrapados por representaciones masculinas que no les representan, desilusionados de la masculinidad hegemónica y sus prejuicios y desean ser más auténticos y plenos. En la misma línea, en su libro “Intimidades masculinidades: Sobre el mito de la fortaleza masculina y la supuesta incapacidad de los hombres para amar” Walter Riso recupera la experiencia de los varones en espacios de la “dimensión privada” y descubre como en la fragilidad de los lazos internos en los grupos de hombres, las emociones tradicionalmente atribuidas al “lado femenino” se experimentan funcionalmente diferente en hombres que en mujeres. Los hombres que entre ellos son más solidarios, no lo hacen por estereotipos de complicidad en sus tropelías, sino por una propensión a la protección de la debilidad mutua exhibida, empáticos entre sí los hombres son capaces de escucharse y apoyarse en formas más auténticas y compartir sensaciones y emociones con amigos en formas que solo hermanos, padres y amigos pueden entender, fuera del alcance de los ojos ajenos a ese espacio, un espacio esencialmente masculino.


¿Y quiere decir esto que han entrado en contacto con su lado femenino? No realmente, todo lo contrario, quiere decir que en medio del tabú y los estereotipos, la sensibilidad masculina y la forma en que expresamos debilidad, vulnerabilidad y emociones son diferentes al ideal cultural de feminidad, por decirlo de alguna manera: somos funcionalmente diferentes en las formas de expresamos emociones y vivimos las emociones, por lo que pasan desapercibidas.


El error de que estas nociones de emoción son exclusivas de la feminidad, surge cuando se considera que los hombres y las mujeres somos seres inacabados o partes incompletas de un ser dual como en el banquete de Platón, donde un lado femenino se lleva consigo la sensibilidad y un lado masculino la fuerza, necesitando “encontrar su otra mitad” para satisfacer la necesidad de entrar en contacto con su lado emocional. Este mito de dualidades tan arraigado en nuestras representaciones culturales tiene un efecto nocivo cuando se trata de abrir nuevas puertas para que hombres y mujeres por igual, seamos plenos experimentando nuevas formas de expresión y convivencia y reconociendo que, aunque las experimentemos funcionalmente diferente, las emociones son humanas presentes tanto en la feminidad como en la masculinidad.


Para cerrar

Las personas en toda nuestra magnitud somos seres completos, sin ideales platónicos de medias naranjas, ni naturalezas blancas y negras como el Ying-Yang. Nuestras formas de expresión y maneras de sentir, son un crisol de mil colores, una nebulosa que entreteje rasgos e hilos fuertemente en una gran multitud de expresiones que no debería ser reducido a dicotomías sensible-insensible. Si aceptamos las similitudes y reconocemos las diferencias, estaremos un paso más cerca de una sociedad más incluyente. Invitemos a los hombres a entrar en contacto no con su lado femenino, sino con su lado emocional masculino y reconozcámoslos libres de prejuicios.

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